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Seguir creciendo: cómo la tecnología ayuda a fortalecer la autoestima y encontrar propósito en la vejez

La autoestima y el propósito vital son dos pilares fundamentales del bienestar psicológico en todas las etapas de la vida. En la vejez, cobran un significado especial: esta etapa suele venir acompañada de cambios profundos en la salud, en los roles familiares y sociales, en la independencia económica y en la percepción de la propia utilidad. Estos cambios, aunque naturales, pueden afectar la forma en que la persona mayor se valora y el sentido que otorga a su existencia.

 

Durante mucho tiempo se pensó en la vejez como una fase de declive inevitable. Sin embargo, las investigaciones más recientes en psicología positiva y en gerontología resaltan que la tercera edad puede ser también un periodo de crecimiento, creatividad y contribución a los demás (Ryff & Singer, 2008). El reto consiste en encontrar nuevas formas de fortalecer la autoestima y de sostener un propósito que mantenga la vitalidad emocional.

 

El autoconcepto —la manera en que una persona se percibe a sí misma— y la autoestima —el valor que atribuye a esa percepción— se ven afectados por cambios en el cuerpo, en las capacidades y en el entorno. La jubilación, por ejemplo, puede significar alivio para algunos y pérdida de identidad para otros. Del mismo modo, la disminución de la movilidad o las enfermedades crónicas pueden generar la sensación de que la persona “ya no es la misma”. Frente a estas experiencias, resulta esencial reconocer que la autoestima no depende únicamente de lo que se pierde, sino también de la capacidad de resignificar y de descubrir nuevos recursos personales.

 

En este escenario, el propósito vital se convierte en un factor protector. Tener metas, proyectos o motivos por los que levantarse cada día está asociado con menor riesgo de depresión, mayor longevidad y mejor calidad de vida (Hill & Turiano, 2014). En la vejez, este propósito puede adoptar formas diversas: desde cuidar a los nietos hasta participar en un grupo comunitario, aprender un nuevo idioma o involucrarse en un voluntariado.

 

La tecnología ocupa aquí un lugar emergente. Lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en un puente para fortalecer la autoestima y el propósito. Herramientas digitales como las plataformas de formación online, las comunidades virtuales, los diarios digitales de gratitud o los proyectos creativos en la red ofrecen a las personas mayores oportunidades para seguir aprendiendo, compartir experiencias, sentirse útiles y mantener una conexión activa con el mundo.

 

Este blog tiene como objetivo explorar cómo la autoestima y el propósito se ven transformados en la vejez, qué retos enfrentan las personas mayores y qué estrategias pueden reforzarlos. Además, se revisará el papel de las herramientas digitales como aliadas en este proceso, mostrando cómo lo tecnológico, bien utilizado, puede apoyar la salud emocional y la construcción de un envejecimiento positivo.

 

Autoestima en la vejez

 

La autoestima puede definirse como la valoración que una persona hace de sí misma: el grado de respeto, aprecio y aceptación que siente hacia su propia identidad. En cambio, el autoconcepto hace referencia a la imagen o percepción que la persona tiene de sí: cómo se describe, qué cree de sus capacidades, sus limitaciones y sus rasgos.

 

La diferencia entre ambos conceptos se hace evidente en ejemplos cotidianos. Una persona mayor puede reconocer, en su autoconcepto, que ya no tiene la misma fuerza física que antes o que necesita ayuda para ciertas tareas; sin embargo, si conserva una autoestima sólida, seguirá valorándose como alguien valioso, con experiencia y sabiduría que aportar a los demás. Por el contrario, otra persona con un autoconcepto similar puede desarrollar una autoestima frágil si interpreta esos cambios como pérdidas irreparables que disminuyen su valía personal.

 

En la vejez, la autoestima está sujeta a múltiples factores que la condicionan positiva o negativamente. Entre los más relevantes se encuentran:

 

  • Jubilación y pérdida de rol laboral: El trabajo no solo proporciona estabilidad económica, también otorga identidad, propósito y reconocimiento social. Con la jubilación, algunas personas experimentan un alivio, al liberarse de responsabilidades y ganar tiempo libre. Sin embargo, para otros supone un vacío profundo: sienten que ya no contribuyen de manera significativa, lo que puede erosionar su autoestima si no encuentran un nuevo rol que sustituya el anterior.
  • Cambios físicos y de salud: El envejecimiento trae consigo modificaciones corporales, pérdida de energía y, en muchos casos, la aparición de enfermedades crónicas. Estas transformaciones pueden alterar la forma en que la persona percibe su cuerpo y su autonomía. Cuando se viven desde la aceptación y la adaptación, se integran como parte natural de la vida. Pero si predominan la frustración o la comparación con el pasado, pueden convertirse en un golpe directo a la autoestima.
  • Transformaciones familiares y sociales: La dinámica familiar también se modifica en la tercera edad. El “nido vacío”, la viudedad o la reducción del círculo social son experiencias habituales. Algunas personas interpretan estos cambios como señales de pérdida de relevancia en la vida de los demás, lo que disminuye su sensación de valía. Por el contrario, quienes logran resignificar estas transformaciones —por ejemplo, disfrutando de la independencia de los hijos o buscando nuevos espacios de socialización— suelen mantener una autoestima más estable.
  • Edadismo y estereotipos sociales: El edadismo se refiere a los prejuicios y estereotipos negativos hacia la vejez, como la asociación automática con dependencia, improductividad o fragilidad. Cuando estas ideas son interiorizadas por las propias personas mayores, impactan directamente en su autoestima, haciéndolas sentir como una carga. En cambio, las sociedades y entornos que reconocen el valor de la experiencia y la aportación de los mayores actúan como un factor protector.

 

Fortalecer la autoestima implica no negar las transformaciones de la edad, sino integrarlas en una visión positiva de la propia identidad.

 

Retos emocionales frecuentes

 

La vejez es una etapa en la que se entrelazan logros y pérdidas, satisfacciones y desafíos. Muchas personas experimentan este periodo como un tiempo de mayor serenidad, en el que pueden disfrutar de lo construido a lo largo de su vida. Sin embargo, no está exento de retos emocionales que ponen a prueba la autoestima y el sentido de propósito.

 

Uno de los más comunes es la sensación de inutilidad. Tras la jubilación o la reducción de responsabilidades familiares, algunas personas perciben que su contribución ya no es necesaria. Esta vivencia puede llevar a sentimientos de vacío, especialmente cuando no aparecen nuevos roles que otorguen sentido a la vida cotidiana. Sin embargo, también es frecuente que quienes encuentran espacios para apoyar a otros —desde cuidar a un nieto hasta colaborar en su comunidad— logren redefinir su valor personal y recuperar la confianza en sí mismos.

 

Otro reto habitual surge de la comparación con el pasado. Al mirar hacia atrás, muchos mayores recuerdan etapas de mayor fuerza física, productividad o independencia. Estas comparaciones, si se realizan desde la nostalgia rígida, pueden erosionar la autoestima y generar frustración: “ya no soy quien era antes”. No obstante, cuando se interpretan desde la aceptación, se transforman en un reconocimiento del ciclo vital: cada etapa tiene su propio valor y sus posibilidades de disfrute.

 

La pérdida de reconocimiento social es también un desafío relevante. En sociedades centradas en la productividad, las personas mayores pueden sentirse invisibles o menospreciadas. El edadismo, es decir, los estereotipos negativos asociados a la vejez, refuerza esta invisibilidad y puede llevar a que los propios mayores interioricen la idea de que ya no son útiles. Esta percepción deteriora la autoestima y limita la motivación para participar en proyectos nuevos.

 

Por último, la soledad no deseada se presenta como uno de los factores emocionales más dañinos en esta etapa. La pérdida de la pareja o de amistades, la distancia con los hijos o las limitaciones de movilidad reducen los vínculos sociales y favorecen el aislamiento. La soledad no se mide solo en cantidad de contactos, sino en calidad de los vínculos: sentirse escuchado, valorado y acompañado es lo que realmente sostiene el bienestar emocional.

 

En conjunto, estos retos muestran que la vejez no es únicamente un tiempo de fragilidad, sino también un campo de oportunidades para redefinir la identidad, encontrar nuevas fuentes de reconocimiento y fortalecer la autoestima. El modo en que cada persona se enfrenta a estos desafíos depende tanto de sus recursos internos como del acompañamiento social y comunitario que reciba.

 

Claves para fortalecer la autoestima

 

Fortalecer la autoestima en la vejez no significa negar los cambios propios de esta etapa, sino aprender a integrarlos en una visión de sí mismos que sea más amplia y compasiva. A menudo, el primer paso es reconocer la propia historia de vida. Hacer memoria de los logros alcanzados, de los aprendizajes acumulados y de los obstáculos superados ayuda a construir una narrativa personal en la que predomina el valor de la experiencia por encima de las limitaciones actuales. Este ejercicio de autoconocimiento no consiste en idealizar el pasado, sino en darle un lugar dentro de la identidad, recordando que lo que la persona es hoy se sostiene en todo lo que ha vivido.

 

La aceptación de los cambios es otro elemento fundamental. El envejecimiento implica transformaciones físicas, sociales y familiares que, si se viven con resistencia o negación, pueden convertirse en fuente constante de frustración. Aceptar no significa resignarse, sino mirar con realismo y compasión lo que ocurre, reconociendo que perder ciertas capacidades no elimina el valor personal ni la posibilidad de seguir creciendo. Esta aceptación suele ser más fácil cuando se acompaña de flexibilidad cognitiva y emocional, es decir, la capacidad de adaptarse a nuevas rutinas, roles y formas de hacer las cosas.

 

A la par, el cuidado personal adquiere una importancia especial. Mantener rutinas de descanso, alimentación equilibrada y actividad física adaptada no solo impacta en la salud, sino también en la autoestima: cada gesto de autocuidado refuerza la idea de que la persona se valora y merece bienestar. En este sentido, también resulta crucial reservar espacios para actividades placenteras, desde hobbies como la jardinería o la lectura hasta nuevas aficiones que despierten curiosidad y entusiasmo.

 

Otro aspecto central es el entorno social. Rodearse de personas que aportan reconocimiento y apoyo, y reducir el contacto con vínculos que generan tensión o restan energía, puede marcar la diferencia en el modo de percibirse a uno mismo. El espejo en el que nos miramos cada día no es solo interno, también está formado por las miradas de quienes nos rodean. Cuando esas miradas transmiten aprecio y respeto, ayudan a sostener una autoestima positiva incluso en momentos de dificultad.

 

En definitiva, fortalecer la autoestima en la vejez es un proceso que combina memoria, aceptación, cuidado y relaciones significativas. Supone aprender a tratarse con respeto y amabilidad, reconociendo que cada etapa de la vida tiene su valor y que, aunque el cuerpo y las circunstancias cambien, la dignidad y la valía personal permanecen intactas.

 

Recuperar propósito vital

 

El propósito vital se entiende como aquello que da sentido a la vida y motiva a levantarse cada día. En la vejez, este propósito no desaparece, aunque sí se transforma. Lo que antes giraba en torno al trabajo o la crianza de los hijos, ahora puede tomar la forma de actividades comunitarias, proyectos personales, aprendizajes nuevos o simplemente el disfrute consciente de la vida cotidiana.

 

Tener un propósito se relaciona directamente con el bienestar y la salud mental. Investigaciones longitudinales muestran que las personas mayores con objetivos claros presentan menor riesgo de depresión, mejor funcionamiento cognitivo y hasta mayor longevidad (Hill & Turiano, 2014). Esto ocurre porque el propósito actúa como un motor interno: da estructura a los días, aporta motivación y fortalece la sensación de ser útil y necesario.

 

Existen múltiples formas de recuperar y mantener ese propósito en la vejez. Una de ellas es la conexión con la comunidad. Participar en actividades de voluntariado, en asociaciones vecinales o en grupos de apoyo intergeneracional brinda la oportunidad de sentirse parte activa de algo más grande. Cuando un mayor transmite sus conocimientos, cuida a otros o colabora en proyectos colectivos, experimenta que su vida sigue teniendo impacto en quienes lo rodean.

 

Otra vía es el aprendizaje continuo, la idea de que la edad limita la capacidad de aprender ha quedado atrás: cada vez más personas mayores se apuntan a cursos de idiomas, talleres artísticos, programas de alfabetización digital o incluso estudios universitarios. Aprender no solo estimula la mente, también genera satisfacción y alimenta la autoestima al demostrar que el crecimiento personal no tiene fecha de caducidad.

 

La creatividad es otro camino poderoso para sostener el propósito. La escritura, la pintura, la fotografía o la música permiten expresar emociones, dejar huella y compartir la visión personal con los demás. Muchos mayores encuentran en estas actividades una fuente renovada de ilusión, así como una forma de conexión con familiares y comunidades.

 

Finalmente, el propósito también puede encontrarse en los pequeños gestos de cada día: cuidar de un jardín, acompañar a un nieto al colegio, preparar una comida especial o compartir recuerdos con los seres queridos. Aunque puedan parecer actividades sencillas, ofrecen estructura, motivación y significado a la vida cotidiana.

En definitiva, recuperar el propósito en la vejez no implica reproducir las metas del pasado, sino redefinir lo que tiene valor en el presente. Este proceso permite que las personas mayores no solo acepten los cambios, sino que los transformen en una oportunidad de crecimiento personal y legado.

 

Proyectos digitales que potencian la autoestima

 

La tecnología, a menudo percibida como un mundo ajeno a las personas mayores, puede convertirse en una herramienta poderosa para fortalecer la autoestima y mantener un propósito vital. Bien utilizada, abre puertas a la creatividad, al aprendizaje y a la conexión social, ofreciendo oportunidades que antes resultaban impensables.

 

Un ejemplo son los blogs personales y la escritura digital. Cada vez más personas mayores utilizan plataformas sencillas para escribir sobre sus recuerdos, experiencias o consejos de vida. Estos espacios no solo les permiten ordenar su memoria y dejar un legado, sino también recibir reconocimiento de quienes leen y valoran sus textos. La escritura digital se convierte, así, en una forma de reafirmar la identidad y de proyectarla hacia otros.

 

Algo similar ocurre con los podcasts y las videohistorias. Gracias a herramientas accesibles, muchos mayores se animan a grabar relatos orales, entrevistas familiares o reflexiones personales. Estas producciones no tienen que ser profesionales para tener valor: lo importante es que transmiten la voz y la mirada de quien las crea, generando un impacto tanto en sus seres queridos como en comunidades más amplias.

 

Otra iniciativa relevante es la mentoría online. A través de plataformas digitales, las personas mayores pueden compartir conocimientos, habilidades o experiencias con generaciones más jóvenes. Ya sea resolviendo dudas en foros, participando en programas intergeneracionales o enseñando un oficio, la mentoría refuerza la autoestima porque reafirma que lo aprendido a lo largo de la vida sigue siendo útil.

 

El voluntariado digital representa también una opción enriquecedora. Existen proyectos en los que los mayores pueden colaborar desde casa, traduciendo textos para ONGs, escribiendo cartas de acompañamiento, ofreciendo escucha a personas en soledad o participando en campañas de sensibilización. Estos programas no solo generan impacto social, también devuelven al mayor la sensación de contribuir activamente a una causa.

 

Por último, los proyectos creativos online ofrecen un espacio para mostrar y compartir arte, música o fotografía. Muchas plataformas permiten organizar exposiciones virtuales, publicar composiciones o participar en comunidades de artistas aficionados. Este tipo de actividades potencia la autoestima porque sitúa al mayor como creador y no como mero espectador.

 

En conjunto, estos proyectos digitales funcionan como un recordatorio de que la vejez no es sinónimo de pasividad. Al contrario, con los recursos adecuados, puede ser una etapa fértil para crear, enseñar y compartir. Y lo digital se convierte en un aliado para que esa voz, esa experiencia y ese legado trasciendan más allá de los límites físicos.

 

Recursos emocionales y de autocuidado digital

 

La autoestima no se construye únicamente a partir de proyectos externos o de la conexión social. También se sostiene en el cuidado cotidiano de uno mismo, en esos pequeños gestos que reafirman el valor personal y ayudan a mantener el equilibrio emocional. En este sentido, la tecnología ofrece cada vez más recursos que, usados con criterio, pueden convertirse en aliados para las personas mayores.

 

Uno de los más sencillos y efectivos son los diarios de gratitud digitales. Aplicaciones diseñadas para registrar pensamientos positivos permiten a los mayores anotar, cada día, algo por lo que sentirse agradecidos. Este ejercicio, respaldado por la psicología positiva, contribuye a desplazar la atención hacia los aspectos valiosos de la vida y a fortalecer la percepción de autoeficacia. Con el tiempo, estos diarios se convierten en un recordatorio tangible de que siempre existen motivos para valorar la propia existencia.

 

Otro recurso extendido son las apps de meditación y mindfulness. La práctica regular de ejercicios de respiración, relajación guiada o atención plena ayuda a reducir la ansiedad, mejorar el sueño y aumentar la sensación de calma. Para las personas mayores, que a menudo enfrentan preocupaciones relacionadas con la salud o con la pérdida de seres queridos, estas herramientas suponen un modo accesible de cultivar el autocuidado emocional. Muchas incluyen versiones simplificadas y audios breves que facilitan la práctica.

 

También destacan las aplicaciones con recordatorios de autocuidado. Beber agua, levantarse a caminar unos minutos, tomar la medicación o realizar estiramientos son hábitos que pueden pasar desapercibidos en la rutina diaria. Las notificaciones en el móvil o en dispositivos inteligentes ayudan a mantener estas conductas, reforzando la sensación de control sobre la propia vida y transmitiendo el mensaje de que cuidarse es una prioridad.

 

La música terapéutica y las plataformas de sonido representan otro recurso valioso. Escuchar canciones significativas o playlists diseñadas para la relajación activa circuitos emocionales que mejoran el estado de ánimo. En muchos casos, la música se convierte en un puente hacia recuerdos positivos y en una fuente de motivación personal.

 

Finalmente, las comunidades de apoyo emocional en línea permiten a las personas mayores compartir sus sentimientos con otras que atraviesan situaciones similares. Aunque la interacción virtual no sustituye la cercanía física, sí ofrece un espacio de escucha y validación. Para quienes experimentan soledad, estos grupos pueden marcar la diferencia, proporcionando un entorno donde sentirse comprendidos y acompañados.

 

En conjunto, estos recursos muestran cómo lo digital no solo sirve para conectar con el mundo exterior, sino también para fortalecer la relación consigo mismo. Al integrar estas herramientas en su vida diaria, las personas mayores refuerzan su autoestima, sostienen hábitos de autocuidado y desarrollan un mayor bienestar emocional.

 

La vejez como etapa de crecimiento y legado

 

La imagen social de la vejez ha estado durante mucho tiempo asociada a pérdida, dependencia y declive. Sin embargo, cada vez más investigaciones y experiencias muestran que esta etapa también puede ser un tiempo de crecimiento, de transmisión de saberes y de construcción de legado. No se trata de negar las dificultades reales que acompañan al envejecimiento, sino de reconocer que junto a ellas aparecen nuevas oportunidades para redescubrir la vida con otro ritmo y otra mirada.

 

El crecimiento en la vejez se expresa de distintas maneras. Muchas personas descubren pasiones que no habían podido explorar antes, como la pintura, la escritura o la música. Otras deciden retomar estudios, participar en programas de voluntariado o aprender a utilizar herramientas digitales para mantenerse activas. Cada nuevo aprendizaje o proyecto refuerza la autoestima y demuestra que la capacidad de desarrollarse no se pierde con la edad.

 

El concepto de legado ocupa aquí un lugar central. Transmitir valores, recuerdos, historias familiares o experiencias vitales es una forma de seguir presente en las generaciones futuras. Las herramientas digitales amplían las posibilidades de este legado: grabar un podcast con relatos de vida, crear un álbum fotográfico compartido o escribir un blog son maneras de dejar huella y de sentir que la propia voz continúa resonando más allá del tiempo.

 

Además, la vejez es un momento privilegiado para acompañar desde la experiencia. Escuchar, aconsejar y estar disponibles para hijos, nietos o comunidades más jóvenes ofrece un sentido de pertenencia y utilidad que fortalece tanto al mayor como a quienes reciben ese acompañamiento. En una sociedad que a menudo margina a los mayores, reconocer y potenciar este rol es una forma de devolverles el valor que merecen.

 

La tecnología se convierte, de nuevo, en un aliado en este proceso. Lejos de ser una barrera, puede ser un puente: facilita la conexión con familiares lejanos, abre espacios para compartir conocimientos y permite proyectar la voz de los mayores hacia nuevas audiencias. Cuando se usa de manera accesible y acompañada, la tecnología transforma la vejez en una etapa de innovación, participación y trascendencia.

 

En definitiva, la tercera edad no es un punto final, sino una etapa con sentido propio. Es un tiempo para integrar lo vivido, seguir creciendo y dejar huella. Y es también una oportunidad para que, como sociedad, aprendamos a valorar la riqueza que supone la experiencia de nuestros mayores, reconociendo que cada vida, en cualquier etapa, tiene un valor incalculable.

 

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