Últimamente oímos hablar constantemente de la atención centrada en la persona, referido a los cuidados de personas en situación de dependencia. Este modelo cobra más sentido, si cabe, cuando nos referimos a personas con demencia. La atención centrada en la persona concibe al ser humano como un ser biopsicosocioespiritual, teniendo en cuenta y proporcionando la misma importancia, a todas las esferas de la vida de la persona.
Cada ser humano es único, por lo tanto, la demencia no afectará a dos personas por igual, sino que factores como nuestras vivencias o personalidad marcarán la diferencia. Entonces ¿por qué nos empeñamos en tratarlos a todos igual? Cada uno de nosotros tiene gustos, creencias o preferencias distintas y precisamente esto es por lo que aboga el modelo de atención centrada en la persona, por tener en cuenta a la persona de forma integral. Si bien es cierto que, llegado a un cierto punto de la enfermedad, la persona con demencia pierde facultades e incluso la capacidad de decidir, hasta llegar a ese punto debemos proporcionar la mayor autonomía posible, siempre con seguridad, por supuesto. El hecho de que ya no puedan decidir por sí mismos a partir de un determinado punto no significa que no se tengan en cuenta los valores, gustos, creencias o preferencias que la persona ha tenido hasta ese momento. Por ejemplo, alguien para quien ha sido importante su imagen (peinado, maquillaje, etc.) y no puede cuidar de sí mismo/a, no tiene motivo para no seguir presentando un aspecto cuidado, es decir, si ha sido importante maquillarse, deberemos mantener esa rutina el mayor tiempo posible.
El pilar sobre el que se sustenta el paradigma de la atención centrada en la persona es la dignidad. La dignidad es ese valor intrínseco del ser humano, sin importar la situación en la que se encuentre. En muchas ocasiones, vemos como se renuncia al cuidado del vestido, estético, de actividades, etc., porque creemos que “no es consciente”. Sinceramente, creo que son más conscientes de lo que pensamos. Lo que para nosotros/as ha sido importante, sigue siéndolo, a pesar del deterioro físico y cognitivo. Que no puedan expresarlo con palabras no significa que no lo sientan, si una mujer no se ha puesto un pantalón en toda su vida ¿por qué ahora le ponemos un pantalón de chándal? La respuesta es fácil: porque es más cómodo para nosotros/as, aunque creamos que es por ellos/as. Es obvio que hay ropa que se les hará incómoda (cinturones, etc.), pero no siempre somos conscientes de que les cambiamos más de lo que nunca lo hubieran hecho ellos/as, por lo que tendremos que buscar un equilibrio entre lo que no se puede mantener debido a que provoque incomodidad y lo que sí porque es lo que siempre les ha gustado.
El respeto por los gustos y preferencias de las personas tiene que darse hasta el fin de sus días. Que no nos podamos comunicar bien con ellos/as, que no tengan capacidad de expresarse con palabras o lo que digan nos suene incoherente no nos legitima para no respetar lo que siempre le gustó, aunque la gran mayoría de las veces lo hagamos con cariño, pensando que es lo mejor para él/ella.
Pensemos cómo ha sido toda la vida, qué le gustaba, qué detestaba y cómo le hubiera gustado pasar la última etapa de su vida y actuemos en consecuencia.
Haciendo esta reflexión se nos presenta una gran oportunidad para pensar cómo nos gustaría vivir si estuviéramos en esa situación y comunicarlo a los más cercanos.
“Debido a que nadie más puede saber cómo percibimos, somos los mejores expertos en nosotros mismos”. Carl Rogers
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