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Cómo gestionar el sentimiento de culpa en el cuidado de una persona con demencia

Es muy frecuente la presencia de un sentimiento de culpa en las/os cuidadoras/es de personas con demencia. Los cuidados requieren una dedicación completa, que abarca todas las esferas de la persona, desde el plano biológico, psicológico, hasta el social y espiritual. Esta dedicación, en ocasiones 24 horas al día, genera un agotamiento físico y psicológico difícil de gestionar. Por eso es tan importante dedicar un poco de tiempo al autocuidado, como ya hemos reiterado en numerosas ocasiones.  

El cuidado de una persona con demencia es un desafío diario, en el que hay infinidad de factores. Algunos no son previsibles, pero otros muchos sí. Incluso, sobre estos últimos, resulta imposible mantener un control absoluto. No debemos olvidar que somos humanos y no podemos con todo. Es normal que se nos olviden cosas o se nos pasen por alto situaciones o necesidades. Y entonces aparece el sentimiento de culpa. Los pensamientos suelen ser demoledores, con frases como “tenía que haber sabido que esto iba a pasar, tenía que haberme dado cuenta, debería de haberlo pensado, cómo no lo vi…”. Es normal que aparezcan estos pensamientos intrusivos, pero no debemos olvidar que el hecho de que nos sintamos culpables por algo no significa que seamos culpables. Si sentimos culpa es porque esa persona nos importa, porque la queremos y deseamos que su cuidado sea exquisito. Pero no nos podemos exigir la perfección, el no cometer nunca un error, el no fallar, el no tener olvidos.  

Cuando alguien decide proporcionar el mejor cuidado que puede dar ya está dando todo lo que tiene, no se le puede pedir más. El hecho de sentir culpa significa que no nos conformamos con el esfuerzo que supone el trabajo diario, que queremos que esa persona no sufra y que intentamos proporcionar el mejor de los cuidados. Insisto en que sentir no significa ser, sentir culpa es habitual, pero ante esta situación hay que analizar si hemos tenido buena voluntad, si habitualmente lo hacemos bien y si nos parece que si alguien hiciera lo mismo por nosotros consideraríamos que no es suficiente. Cuando se hace este análisis, generalmente el resultado es que si invertimos los roles, estaríamos sumamente agradecidos por el esfuerzo que suponen esos cuidados.  

No debemos culparnos si un día no tenemos tanta paciencia, si en un momento dado levantamos la voz más de la cuenta o incluso si hay ocasiones en la que pensamos que no podemos más y tendríamos que tirar la toalla. Todas estas reacciones son propias de alguien que se esfuerza día a día. Lo curioso es que, cuando nos sentimos culpables no pensamos que si nos sentimos así es precisamente porque estamos dando todo lo que tenemos.  

“El sentimiento de culpa nos impide ver las cosas con claridad”. (Doris May Lessing) 

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