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Recuperar el centro: Herramientas digitales para los días difíciles en personas de la tercera edad

Hay días que no duelen, pero pesan. Días en los que el cuerpo está más lento, la mente más ruidosa y las ganas más lejos. No hay un motivo claro, pero sí una sensación difusa de que algo no está bien. Para muchas personas mayores, estos días se repiten más de lo que se cuenta y, con frecuencia, se viven en silencio. No alcanzan el umbral clínico de un trastorno del estado de ánimo, pero sí interfieren en el bienestar emocional cotidiano.

 

A medida que se avanza en edad, los cambios fisiológicos, sociales y emocionales hacen que la autorregulación emocional se vea más comprometida en algunos momentos (Charles, 2010). A esto se suma una narrativa cultural que tiende a normalizar o incluso invisibilizar el malestar emocional leve en la vejez, dificultando su detección y tratamiento (Laidlaw et al., 2014). Así, muchas personas mayores interiorizan la idea de que estar apagado, confuso o sin energía es “lo esperable” a su edad, lo que alimenta una resignación silenciosa.

 

Desde un enfoque psicogerontológico actualizado, sabemos que la vejez es una etapa en la que el bienestar psicológico puede mantenerse o incluso aumentar, siempre que existan recursos adecuados de apoyo, estrategias de afrontamiento adaptativas y un entorno emocionalmente seguro (Fernández-Ballesteros, 2021; Baltes & Baltes, 1990). Sin embargo, cuando estos factores escasean (ya sea por aislamiento, duelos acumulados, falta de estimulación o enfermedades crónicas) es más probable que se den momentos de desregulación emocional leve, también conocidos como “días difíciles”.

 

En este contexto, el uso de herramientas digitales accesibles emerge como un recurso prometedor. No se trata de reemplazar el vínculo humano, sino de ofrecer un puente hacia el autocuidado en momentos en los que iniciar ese proceso por cuenta propia se vuelve difícil. Aplicaciones de relajación, asistentes de voz, audios reconfortantes o experiencias inmersivas como la realidad virtual pueden aportar estímulos reguladores que interrumpan la espiral de malestar, favorezcan la activación y reconecten con sensaciones de calma o propósito (Garland et al., 2015; Seifert et al., 2022).

 

Este blog explora cómo estas herramientas (cuando se usan de forma adaptada y respetuosa) pueden convertirse en pequeñas llaves para recuperar el centro en un día gris. Porque el bienestar emocional no tiene edad límite, y el cuidado también puede empezar con un clic.

 

¿Qué es un “día difícil” en la vejez?

 

Un “día difícil” en la vejez no siempre responde a un diagnóstico médico ni a una causa concreta. Se manifiesta como un conjunto de sensaciones difusas: falta de energía, pensamientos repetitivos, sensación de pesadez emocional o desconexión con uno mismo y con el entorno. No se trata necesariamente de un episodio depresivo, pero sí de un estado de ánimo alterado que limita el bienestar subjetivo y la capacidad para desenvolverse con normalidad.

 

En muchos casos, estos días no se expresan verbalmente. Las personas mayores pueden minimizar lo que sienten o asumir que es algo “normal para su edad”, lo que conduce a un silenciamiento del malestar. Sin embargo, desde la psicogerontología se reconoce la importancia de validar estas experiencias como señales legítimas de desregulación emocional leve (Fernández-Ballesteros, 2021).

 

A nivel físico, estos estados pueden traducirse en lentitud motora, molestias somáticas inespecíficas o una disminución del impulso para realizar actividades habituales. A nivel cognitivo, es frecuente la presencia de pensamientos circulares o una mayor dificultad para tomar decisiones sencillas. Desde lo emocional, predomina una sensación de vacío, fatiga o desánimo que puede confundirse con apatía o falta de motivación, especialmente en contextos donde se da por sentado que la vejez conlleva una pérdida natural del interés vital (Chung, 2020).

 

El impacto de estos días difíciles se ve amplificado cuando coinciden con otras variables de riesgo: baja estimulación ambiental, escasa red de apoyo, enfermedades crónicas, o procesos de duelo no elaborados. Estudios recientes señalan que la acumulación de microfactores de estrés diario —como la falta de rutina, la soledad no elegida o la sensación de inutilidad— contribuye significativamente al deterioro del bienestar emocional en la tercera edad (Kleiman et al., 2022; Tomás et al., 2023).

 

Además, en muchas personas mayores existe una menor tendencia a verbalizar el malestar psicológico, tanto por factores generacionales (modelos de afrontamiento centrados en la resistencia) como por miedo al estigma (Laidlaw et al., 2014). Esto refuerza la importancia de ofrecer herramientas accesibles que permitan abordar el malestar sin necesidad de verbalización directa ni de alta carga cognitiva.

 

Reconocer que un “día difícil” no es un fallo ni un síntoma de debilidad, sino una experiencia emocional humana que merece atención, es clave para abrir la puerta a su cuidado. Y si bien el acompañamiento interpersonal es fundamental, la tecnología puede ser un puente útil para reconectar con uno mismo en esos momentos de desconexión interna.

 

¿Por qué ocurren estos días difíciles?

 

Los días emocionalmente difíciles en la vejez no surgen de la nada. Son el resultado de una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales que, si bien pueden parecer pequeños por separado, se acumulan y generan un estado de desregulación emocional leve. A menudo no existe un acontecimiento puntual que dispare el malestar, sino una suma de micro-desajustes que, con el tiempo, erosionan el equilibrio interno.

 

Desde el punto de vista neurobiológico, el envejecimiento conlleva alteraciones en la regulación de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, implicados en el estado de ánimo, la motivación y la capacidad de experimentar placer (Mather & Carstensen, 2005). Además, se produce una mayor activación del sistema límbico ante estímulos negativos, mientras que la corteza prefrontal (encargada de la regulación emocional) muestra una eficacia reducida en algunos adultos mayores, lo que puede favorecer estados de ánimo fluctuantes o inestables (Samanez-Larkin & Carstensen, 2011).

 

A nivel cognitivo, la literatura ha documentado una disminución de la inhibición atencional en la vejez. Es decir, las personas mayores tienen más dificultad para filtrar pensamientos irrelevantes o negativos, lo que favorece la aparición de rumiaciones (sobrepensar) y un sesgo hacia la interpretación desfavorable de situaciones ambiguas (Hasher et al., 1999; Charles, 2010). En contextos de bajo estímulo o soledad, este patrón puede intensificarse, dando lugar a días en los que “la mente no se apaga”, aunque no haya nada objetivamente grave.

 

En el plano psicosocial, las personas mayores suelen enfrentarse a pérdidas acumuladas: del rol laboral, de vínculos significativos, de capacidades físicas o de autonomía. Estas pérdidas, aunque a menudo asumidas como “naturales”, tienen un impacto emocional profundo, especialmente cuando no se compensan con nuevas formas de participación, conexión o propósito (Fernández-Ballesteros, 2021). El aislamiento, la soledad no deseada y la falta de estructura diaria son factores de riesgo bien establecidos para la aparición de malestar emocional leve (Cacioppo & Cacioppo, 2014; Tomás et al., 2023).

 

Además, muchas personas mayores han crecido en entornos donde expresar las emociones no era habitual o incluso era visto como una debilidad. Este aprendizaje generacional, sumado al miedo al estigma asociado a la salud mental, hace que a menudo se silencie lo que se siente, retrasando la búsqueda de ayuda o la implementación de estrategias de cuidado emocional (Laidlaw et al., 2014).

 

En resumen, los días difíciles no son un signo de debilidad ni un fallo del carácter. Son el reflejo de una interacción compleja entre cuerpo, mente y entorno. Y como tal, merecen ser reconocidos y acompañados. Identificarlos no implica patologizarlos, sino abrir la puerta a intervenciones preventivas y respetuosas, entre las cuales las herramientas digitales pueden tener un papel significativo.

 

¿Qué se puede hacer cuando no se sabe qué pasa?

 

Una de las mayores dificultades ante el malestar emocional leve es que, muchas veces, no se le puede poner nombre. La persona no se siente del todo bien, pero tampoco sabría decir exactamente por qué. No tiene ganas, pero tampoco una razón concreta. Este tipo de malestar inespecífico genera confusión, e incluso culpa, especialmente en personas mayores acostumbradas a priorizar el hacer por encima del sentir.

 

En estos casos, la autorregulación emocional debe partir desde la compasión, no desde la exigencia. No se trata de “animarse”, ni de “hacer un esfuerzo”, sino de ofrecer al cuerpo y a la mente una pequeña vía de salida del bucle interno. Desde la psicología clínica y la neurociencia afectiva, se reconoce el valor de las microintervenciones de baja demanda cognitiva, especialmente cuando la persona no cuenta con recursos emocionales disponibles (Neff, 2011; Garland et al., 2015).

 

Pequeños gestos como seguir una respiración guiada, escuchar una voz amable que acompañe, o simplemente nombrar el malestar en un audio o en un diario digital, pueden ayudar a interrumpir la espiral de pensamientos repetitivos y facilitar una mínima activación fisiológica. Estas acciones, aunque simples, tienen un impacto directo sobre el sistema nervioso autónomo, estimulando el tono vagal y generando una respuesta de calma que permite al sistema emocional recuperar equilibrio (Porges, 2007).

 

Además, este tipo de estrategias validan la experiencia sin necesidad de verbalizarla ante otros, lo que puede ser especialmente útil en personas mayores con dificultades para expresar sus emociones o que sienten pudor a la hora de buscar ayuda.

 

Por otra parte, ofrecer herramientas que se adapten a las capacidades y necesidades de la persona mayor (como rutinas guiadas por voz, interfaces sencillas o actividades que no requieran desplazamientos) favorece la sensación de control y de eficacia personal, dos componentes esenciales del bienestar subjetivo (Bandura, 1997; Charles & Luong, 2013).

 

Lo importante no es la cantidad ni la intensidad de lo que se haga, sino dar un primer paso desde el respeto al propio ritmo emocional. Cuidarse no siempre es cambiarlo todo. A veces, es solo detenerse, observarse y elegir una pequeña acción que interrumpa el piloto automático del malestar.

 

Herramientas digitales recomendadas 

 

En los días emocionalmente difíciles, la mente tiende a encerrarse en sí misma. Cuesta iniciar una conversación, dar un paseo, o incluso explicar lo que se siente. En esos momentos, las herramientas digitales pueden convertirse en puentes silenciosos entre el malestar y la regulación emocional.

 

No se trata de soluciones mágicas ni de reemplazos del contacto humano, sino de recursos que guían, acompañan o estructuran un pequeño gesto de autocuidado. Lo importante es que estén adaptadas a las necesidades de las personas mayores: deben ser accesibles, de baja carga cognitiva y emocionalmente seguras.

 

Diversos estudios han demostrado que el uso de tecnologías sencillas (como aplicaciones de meditación, asistentes de voz o incluso realidad virtual) puede generar cambios significativos en el bienestar emocional, siempre que se usen de forma personalizada e intencional (Firth et al., 2017; Seifert et al., 2022).

 

A continuación, se describen algunas de las herramientas más útiles en este contexto:

 

Aplicaciones de bienestar emocional

 

  • Calm: Ofrece meditaciones guiadas, respiraciones, sonidos relajantes y cuentos para dormir. Su interfaz visual es clara y permite elegir por duración o estado emocional. Validada para reducir estrés percibido y mejorar el sueño (Huberty et al., 2021).
  • Intimind: App española centrada en mindfulness. Propone sesiones breves y progresivas con lenguaje claro. Ideal para personas sin experiencia previa. Basada en intervenciones de atención plena con evidencia clínica (Keng et al., 2011).
  • Namatata: Con un tono cálido y amigable, permite seleccionar prácticas por tipo de emoción. Recomendable para personas mayores que buscan iniciarse sin presión. Asociada a menor reactividad emocional en población mayor (Lenze et al., 2020).
  • Círculo de calma: Diseñada y recomendada por la Fundación de Neurociencias. Incluye vídeos, audios y ejercicios corporales adaptados al ritmo y capacidad de personas mayores. Inspirada en modelos de regulación cuerpo-emoción integrados en psicología del envejecimiento.

 

Asistentes de voz

 

Alexa, Siri y otros altavoces inteligentes permiten reproducir música relajante, poner recordatorios de autocuidado, leer mensajes o guiar una respiración sin necesidad de pantallas ni navegación compleja.

 

Su valor no es solo práctico: muchas personas mayores experimentan estos dispositivos como una presencia contenida que facilita la rutina y disminuye la sensación de aislamiento (Seifert et al., 2022).

 

Estudios recientes destacan que los asistentes de voz bien integrados en la vida diaria pueden aumentar la sensación de tranquilidad y disminuir la reactividad emocional en adultos mayores (Chung, 2020).

 

Realidad virtual (RV) y contenidos inmersivos

 

Aunque no todos los entornos lo permiten, el uso de experiencias inmersivas con gafas de realidad virtual ha demostrado ser eficaz en la reducción del estrés, la ansiedad leve y el aislamiento social. Paseos virtuales por la naturaleza, sesiones de respiración guiada o visualizaciones positivas pueden ser altamente reguladoras.
Incluso sin gafas, contenidos similares pueden encontrarse en plataformas como YouTube o Spotify, donde existen listas y vídeos con ejercicios sensoriales adaptados. 

 

La RV emocionalmente guiada ha sido asociada con mejoras en indicadores de calma fisiológica y reducción de cortisol en población mayor (Lindner et al., 2019).

 

Lo esencial es recordar que estas herramientas no funcionan por sí solas, sino por el uso que se les da en el momento oportuno. Cuando se presentan con respeto, se explican de forma sencilla y se integran en pequeños gestos diarios, pueden convertirse en recursos valiosos para transformar un día difícil en uno más habitable.

 

Conclusión

 

No todos los días difíciles en la vejez requieren diagnóstico o intervención clínica. Pero todos merecen ser escuchados. Validar el malestar emocional leve (ese que no siempre se nombra, pero que pesa) es una forma de cuidado tan necesaria como silenciada.

 

En este escenario, las herramientas digitales no son un sustituto del vínculo humano, pero sí pueden actuar como compañeras silenciosas: ofrecen guía cuando hay confusión, estructura cuando falta motivación, y compañía cuando se siente el vacío. Su eficacia no radica únicamente en la tecnología que las sostiene, sino en su capacidad para activar con suavidad, sin exigir, sin juzgar.

 

Acompañar emocionalmente a las personas mayores también implica acercar recursos que respeten sus ritmos, que no las infantilicen y que reconozcan su capacidad de elegir. Ya sea una app de meditación, un asistente de voz que les recuerde respirar, o una voz amable que les acompañe desde una pantalla, el mensaje es el mismo: no estás solo en este momento.

 

Cuidarse, a veces, empieza con un clic, con dejarse llevar por un audio o con escuchar algo distinto a los propios pensamientos, porque incluso en un día gris, un pequeño gesto puede abrir una rendija por donde entre un poco de calma.

 

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